ICONOS DEL MISTERIO
IV. Lugares privilegiados de la experiencia de Dios
A Dios se le puede encontrar en todas partes. Hace falta sólo
buscarle y hacerse el encontradizo. Ésta esuna tesis muy
común. Dios es inmenso, omnipresente, dice la clásica
teología. Dios es simple, afirma otra tesis igualmente tradicional-aunque
a veces se olvida de conjugarlas simultáneamente. Dios está
entodas partes, es inmenso; pero Dios no tiene partes, es simple.
Lo que significa que en cualquier lugar se le encuentra totalmente.
Lo que nos ocurre demasiado frecuentemente es que los ajetreos de
la vida, especialmente la moderna, nos dificultan ser conscientes
de ello. El pez tiene una cierta conciencia de las cosas, pero no
se da cuenta que está envuelto en agua como nosotros no nos
damos cuenta de Dios si no superamos nuestra conciencia meramente
animal. El animal no cree en Dios -no cree que está en el
agua.
La metáfora permite algo más. El pez no se moja. Sólo
cuando sale del agua, nosotros (porque el pez muere) nos percatamos
que está mojado. Es el conocimiento del bien y del mal, el
que nos rinde conscientes de que estamos mojados (por Dios). Y como
el pez que muere, es sólo muriendo a nosotros mismos, abandonando
la egolatría como nos descubrimos mojados, envueltos por
Dios -como bellamente describe el inicio de la Isopanisad entre
otros muchos textos: "por el Señor está envuelto
todo el mundo".
Hay sin embargo algunos lugares en los que esta agua que nos rodea
se hace más patente. Hablamos de "lugares" por
la pobreza de nuestro lenguaje y su incapacidad de superar los paradigmas
(las categorías) espacio-temporales. La metáfora del
agua puede ayudarnos. El agua (Dios), para el pez, está en todos los lugares, pero acaso se vea
mejor en algú lugar que otro porque en él percibimos
más claramente el agua que nos moja. Pero el agua que nos
toca no se ve; se ve la cosa mojada. La experiencia de Dios no es
la experiencia de un objeto, ni siquiera de un "objeto"
especial. Es la experiencia de la divinidad de la cosa, pero no como
un accidente "pegado" a ella. Y aquí la metáfora
del agua nos falla ("hace aguas").
"Dios es (aquél) en comparación (con el cual)
la substancia es accidente y el accidente es nada", dice el
aforismo VI del libro hermético de los XXIV
filósofos tan citado y amado por la escolástica cristiana.
Experimentamos a Dios en la cosa, distinto de la cosa y al mismo
tiempo no sólo inseparable
de ella, sino idéntica a la más profunda realidad
de la cosa-como en la Trinidad en la que "las personas"
son iguales y distintas...
Después de todo lo dicho debería quedar claro que
estos encuentros con lo divino no son siempre son un Dios personal
tal como comúnmente se le entiende -sin entrar ahora en consideraciones sobre el malentendido
que existe entre oriente y occidente con respecto a lo que sea la
personalidad o impersonalidad de Dios. Las primeras generaciones cristianas criticaron
a los "paganos" porque personificaban las fuerzas de la
naturaleza divinizándolas. Las últimas generaciones
"post-cristianas" critican a los cristianos porque antropomorfizan
a Dios. Acaso veamos hoy día los malentendidos de los unos
y de los otros. Dios no es reductible ni a un "superkosmos"
ni a un "super-anthrôpos". Aquí radicaría
la intuición cosmoteándrica.
Entonces, se preguntará ¿qué es lo que se encuentra?
Una respuesta demasiado rápida, pero no falsa, diría
que se encuentra la Nada-que no se encuentra nada. ¿No hemos
dicho ya que Dios no es una cosa?
Otra contestación que también precisaría de
largas disquisiciones, diría que se encuentra el Alter, no
el aliud, de nosotros mismos: el Otro de nosotros mismos, sin el
cual no seríamos. No confundamos el alter (símbolo
de lo desconocido de nosotros mismos) con el aliud (lo ajeno y enajenante
de nosotros mismos). Dios es un alter, no un aliud.
Una tercera reacción consistiría en explicar que encontramos
el ätman, lo más profundo de nosotros mismos.
En el fondo, las tres respuestas vienen a decir que lo mismo. Dios
no es otra cosa, no es otra cosa excepto aquel alter de mí
mismo, esto es, el Mismo completo.
Acaso podamos decirlo de otra manera más en consonancia con
el espíritu occidental. El lugar por antonomasia de la experiencia
de Dios es el hombre, el mismo hombre-el Mismo dijimos. El "drama"
de la realidad se juega entre Dios y el Maligno en la arena del
mismo Hombre-como describe con colores variopintos la literatura
universal. El Hombre es el punto de encuentro ( y de encontronazo)
en donde tiene lugar el dinamismo de la realidad. El "lugar"
privilegiado es el Hombre; ciertamente no el llamado animal racional,
sino el Hombre de quien Adán, Job, Gilgamesh, el Hombre que
Dante no se atrevió a nombrar, Faustus son otros tantos representantes
de la humanidad. Hombre acaso demasiado latente en cada uno de nosotros
y que los poetas, místicos y algunos filósofos nos
describen.
La historia es la escena en donde se juega la lucha entre Dioses
y Asuras, Dios y Lucifer. La vida de Jesucristo nos ofrece un paradigma
en su lucha constante con los demonios. Es el drama de la redención.
A veces nos viene grande la vocación humana. Por eso hemos
empequeñecido a Dios. Por algo Nietzsche, apasionado por
Cristo, se obsesionó por la tragedia griega...
Pero nuestra meditación quiere tan sólo describir
una experiencia y debe esquivar todos estos apasionantes problemas.
Comunicar una experiencia no es cosa de poca monta. Lo hemos dicho
ya. El maestro surge cuando el discípulo está preparado,
dicen varias escuelas de espiritualidad oriental. La lectura de
un libro que quiere comunicar algo más que información
requiere que el lector acoja la simiente en tierra abonada. Si el
lector no está preparado la escritura no penetrará
en el corazón. Hay un aforismo de dos palabras del Yoga-sütra:
"en el corazón se encuentra el conocimiento liberador"
(hrdaye citta-samvit III, 34) que encuentra su eco en la Gïtä
(VIII, 12) y que el sufismo elabora con su concepción del
corazón (qalb). Quisiéramos hablar al corazón
del lector.
Pero mayor aún es la responsabilidad del escritor. No debe
escribir lo que no haya experimentado. Por otra parte, un cierto
pudor hace que el escritor revista su experiencia de poesia o la
recubra de prosa más o menos filosófica. En ambos
casos utiliza palabras; palabras empero que mueren al ser escritas,
como cuando el pez sale del agua. La escritura no es el elemento
natural de la palabra. "La letra mata" dice San Pablo
(II Cor.III, 6), las ovejas "oyen la voz del pastor" reporta
San Juan (X, 27). Pertenece al lector no sólo leer sino también
escuchar la palabra escrita resucitándola. Valga como excusa
que las páginas que siguen no pretenden contar experiencias
sino describir lugares- a los que el lector está invitado.
Otra advertencia importante se impone. Todo el libro se esfuerza
en rescatar a Dios de caer en manos de especialistas y especializaciones.
La experiencia de Dios está abierta a todos. Esto es Evangelio,
"la buena nueva" asequible a los pequeños, los
humildes, los pobres-al pueblo. No hace falta ni pertenecer a una
casta, o a una religión, ni saber mucho. Pero hay una condición
indispensable, y acaso ésta sea la más dura, de tal
manera que casi todas las tradiciones de la humanidad nos vienen
a decir que pocos son los que se salvan, los que se realizan, los
que se reencarnan, los que alcanzan el nirväna, los que consiguen
la plenitud humana. A Dios se le encuentra en todas partes pero
no de cualquier manera. No es cuestión de banalizar la experiencia
de Dios. No todo éxtasis estético, arrobamiento erótico,
admiración intelectual, alegría biológica,
sufrimiento o entusiasmo por la naturaleza, son experiencias puras.
Y ésta es la condición: la pureza del corazón.
Repetimos:"Bienaventurados los puros de corazón porque
ellos verán a Dios" (Mt. V, 8)-harán la experiencia
de Dios. Un corazón puro es un corazón vacío,
sin ego, capaz de llegar a aquella profundidad en la que habita
lo divino. La experiencia es simple, lo que no quiere decir que
sea fácil. Un texto upanisadico, que comentaremos más
adelante, después de decirnos que Dios se encuentra en la
comida, en lo que se ve, se oye y se entiende añade que en
cada caso el camino pasa por la ascesis, el esfuerzo, el ardor,
el tapas-la purificación.
Entre los innumerables lugares vamos a mencionar, y muy brevemente,
un novenario de ellos sin explicar lo que en ellos se encuentra.
¿No convienen todos en decir que Dios es inefable?
©Raimon Panikkar
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ICONOS DEL MISTERIO: LA EXPERIENCIA DE DIOS
de PANIKKAR, RAIMON
EDICIONES PENINSULA, S.A.
15.0x22.0 cm 128 pags
Lengua: CASTELLANO
Encuadernación: Tapa blanda
ISBN: 9788483071465
Colección: ATALAYA
Nº Edición: 1ª
Año de edición: 1998
Plaza edición: BARCELONA
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